Hablemos de Arte, hablando de CocinArte. Este reto tiene tanto arte que trata de imitar ciertos cuadros famosos con un rico plato. La idea es plantar en un plato lo que nos sugiere el cuadro elegido ese mes, o al menos que nos lo recuerde.
Este mes el un cuadro muy conocido que evoca muchos recuerdos, seguro que los que visteis la película sobre el pintor de la muchacha de la perla recordáis esta pintura... mejor os cuento un resumen que nos hizo María Ayala sobre esta pintura:
La pintura del Siglo de oro neerlandés o pintura barroca holandesa se desarrolló durante un período de la historia holandesa que abarca el siglo XVII, durante y después de la Guerra de los Ochenta Años (1568-1648) por la independencia holandesa. Las Provincias Unidas eran la nación más próspera de Europa, liderando el comercio, la ciencia y el arte.
El arte holandés tuvo que reinventarse por completo después del brusco corte con las tradiciones culturales católicas y de la antigua monarquía.
La pintura holandesa del Siglo de oro muestra muchas de las características del Barroco europeo, pero carece en su mayor parte de la idealización y el amor por el esplendor típicos de gran parte del arte barroco, incluido el del vecino Flandes.
La mayor parte de las obras refleja la tradición de detallado realismo heredado de la pintura flamenca primitiva.
Un rasgo distintivo del período es la proliferación de diversos géneros de pintura, centrándose la mayor parte de los artistas en uno sólo de ellos.
El pleno desarrollo de esta especialización se ve desde finales de los años 1620, y el período desde entonces hasta la invasión francesa de 1672 es el núcleo de la pintura de la Edad de Oro.
Un rasgo distintivo de la época, fue la escasez de pintura religiosa.
El calvinismo holandés la vetaba en las iglesias, y aunque los temas bíblicos se aceptaban en las casas privadas, se produjeron relativamente pocos. Hubo pintura de historia y retratos, pero el período destaca más por una amplia variedad de otros géneros, subdivididos en numerosas categorías especializadas, como escenas de la vida campesina, paisajes, paisajes urbanos, o con animales, marinas, flores y bodegones de varias clases.
Los holandeses del siglo XVII influyeron grandemente en el desarrollo de estos géneros.
Los extranjeros se sorprendían de las enormes cantidades de arte que se producía en los Países Bajos, y las grandes ferias en las que se vendían muchos cuadros. Con tal volumen de producción, los precios eran bastante bajos, excepto en el caso de los mejores artistas. Los que no gozaban de gran reputación o que pasaban de moda, incluyendo muchos hoy considerados entre los más grandes del período, como Vermeer, Frans Hals y Rembrandt en sus últimos años, tuvieron considerables problemas para ganarse la vida y murieron pobres; muchos artistas tenían otros trabajos, o abandonaron el arte por completo.
La invasión francesa de 1672 (el Rampjaar, o «año del desastre»), trajo una depresión severa en el mercado del arte, que nunca volvió del todo a sus anteriores alturas. La distribución de los cuadros era muy amplia, ya que incluso zapateros remendones y herreros tendrían un cuadro u otro junto a su forja o en su taller.
Por primera vez hubo marchantes profesionales.
Junto con la pintura de paisajes, el desarrollo y la enorme popularidad de la pintura de género es el rasgo más distintivo de la pintura holandesa de la época.
En muchos casos es una figura aislada, como ocurre en La lechera de Vermeer; en otros se muestran grandes grupos con motivo de un acontecimiento social. Se distinguían categorías dentro de este género: figuras solas, familias campesinas, escenas de taberna, fiestas de la «alegre compañía», mujeres trabajando en sus hogares, fiestas en la ciudad o en el pueblo, mercados, barracones, con caballos o animales de granja, en la nieve, a la luz de la luna, etc. Cada clase tenía un término específico en holandés, no existiendo un término genérico que designase a todas estas «escenas de género».
EL PINTOR
Johannes Vermeer (Delft, 31 de octubre de 1632-15 de diciembre de 1675) nació en el seno de una familia que tuvo varios casos delictivos, su padre y un hermano de su madre estuvieron implicados en un sonado caso de falsificación de moneda en 1619 y su abuela paterna participó también al año siguiente en una estafa cuya víctima fue un comerciante adinerado, unas circunstancias, junto al hecho de que la familia siempre fue perseguida por las deudas, poco propicias para crear obras tan sosegadas, introspectivas y refinadas como las que realizó a lo largo de su vida.
El primer contacto con el mundo del arte del joven Johannes puede ser que fuese a través de su padre, que a partir de 1631 se dedica al comercio del arte, ya que en su posada exponía las obras de algunos artistas de la ciudad, y también se supone que a la muerte de su progenitor, el pintor además de heredar la posada también se quedase con el comercio de cuadros.
Poco sabemos también sobre su personalidad artística y humana, tampoco hay ningún autorretrato seguro, así que a la hora de enfrentarnos a su escasa producción (solo se aceptan como suyos unas 36 obras), apenas tenemos nada en que apoyarnos para conocerlo y entenderlo. Lo que sí es esencial es el contexto histórico en el que se desarrolló su vida, la larga lucha de los holandeses por liberarse del yugo de la corona española, una lucha que finalizará justo cuando Vermeer era un adolescente, aunque no por eso su vida se desarrolló en un ambiente de paz y prosperidad tanto social como personal, al conflicto español sucedieron otros muchos que tuvieron lugar con las nuevas potencias europeas, sobre todo Inglaterra y Francia. Aunque esto no impidió que floreciese y se desarrollase una escuela pictórica de gran calidad en los Países Bajos, cuya producción, estaba destinada a una burguesía compuesta por comerciantes, artesanos y banqueros.
La sensación de intimidad, de calma, lo que atrae al espectador porque siente que forma parte de esa escena. Además, sus obras también ayudan a conocer cómo era la vida cotidiana de la Holanda seiscentista. En sus cuadros están representados todas las clases sociales, desde los campesinos, el ambiente de tabernas, hasta la aristocracia y la burguesía culta y refinada.
En este aspecto hay que destacar sus raíces calvinistas, una religión que se inspira en la idea de que todo el mundo es obra de Dios y que, por tanto, todas las cosas merecen ser ensalzadas y representadas. También es muy interesante constatar cómo aparecen personas corrientes, especialmente mujeres, leyendo, escribiendo o estudiando, o escenas que representan escuelas, un aspecto que denota que la sociedad holandesa además de ser próspera económicamente sobresalía por el alto índice de alfabetización.
En las obras de Vermeer, las habitaciones son como unas cajas en las que se sitúan sabiamente figuras, elementos arquitectónicos, muebles y accesorios estableciendo una red de verticales y horizontales por las que discurre la mirada del espectador, guiada en ocasiones por la perspectiva trazada por las baldosas de dos colores.
Hay otro elemento en las pinturas de Vermeer que es esencial, la visión desde el ángulo izquierdo, que incluye la pared izquierda de la estancia, donde aparece una ventana que es la principal, o la única, entrada de luz, que incluye de una manera ilusionista al espectador.
A Vermeer no le interesa narrar historias, no hay acción, solo contemplación o reflexión, son historias sin principio ni final, solo en algunas ocasiones un breve gesto de una mano, una cabeza que se vuelve, pero lo habitual es que los personajes que aparecen en la composición estén enfrascados en lo que estén haciendo, sobre todo en sus misivas o en su música, las dos actividades más representadas en sus pinturas. En sus óleos hay pocos personajes, a lo sumo dos, pero que con el paso del tiempo, será en su mayoría solo una figura.
EL CUADRO. LA LECHERA, óleo sobre lienzo, 44.5x41 cm Rijksmuseum, Amsterdam.
La obra realizada en óleo sobre lienzo cuenta con unas reducidas dimensiones parece ser que fue muy apreciada ya durante la vida del pintor puesto que conocemos el elevado precio que se pagó por ella, 175 florines.
Se trata de una escena costumbrista, aunque en realidad la obra tiene una significación mucho más profunda de lo que pudiera parecer. Durante el Barroco holandés fue común utilizar la figura femenina para realizar una crítica velada de los vicios de la sociedad de la época y sin embargo en esta ocasión el artista utiliza a la lechera como un derroche de virtudes y ejemplo a seguir. Además el artista revaloriza la profesión del sirviente que tan duras críticas había recibido durante esta época.
La escena se caracteriza por su limpieza y sencillez compositiva: la mujer que podría tratarse de una criada se sitúa en una esquina de la habitación bajo la ventana, está vertiendo una jarra de leche en un cuenco apoyado en la mesa donde encontramos un espléndido bodegón formado por unos bollos de pan, una cesta de mimbre y una espléndida jarra azulada. Algunos estudiosos creen que la disposición de estos elementos sobre la mesa podría hacer alusión a la eucaristía mientras que la lechera lo haría a la pureza.
La mujer de mediana edad está concentrada en sus quehaceres ajena a la mira del espectador, aparece ataviada según la moda de la época con un humilde vestido amarillo y rojo que se cubre con un mantón o mandil. La estancia es igualmente humilde, en ella apreciamos las grietas de las paredes; como única decoración un cesto de mimbre cuelga de la esquina de la estancia.
Especial atención merece el tratamiento lumínico que el artista utiliza en la obra: la luz penetra en la estancia por la ventana difuminándose por toda a habitación y resaltando la belleza del colorido y las calidades táctiles de los materiales gracias al uso de del pointille, una técnica pictórica que consiste en dispersar en toda la superficie del cuadro pequeños puntos de luz. Este tratamiento lumínico enraíza la obra de Vermeer con la tradición luminista que la escuela veneciana desarrolló durante la época renacentista.
En esta obra el holandés consigue aunar con gran maestría la austeridad y sencillez con la belleza de una escena intimista. Sin utilizar demasiados elementos –pero cuidando al máximo el detallismo en los objetos que aparecen- Vermeer plasma un ambiente de sosiego y tranquilidad que se escapa de los límites del tiempo.
Bizcocho japonés glaseado
Ingredientes:
- 50 ml de aceite de girasol,
- 80 gr de maicena,
- 80 ml de leche,
- 6 huevos,
- 80 gr de azúcar,
- 1 pizca de sal.
Elaboración:
Se precalienta el horno a 170 º mientras se prepara la masa.
Se añade 80 ml de leche y se mezcla bien.
Se le añade 5 yemas de huevo y un huevo entero y se mezcla bien hasta tener una consistencia muy homogénea y suave.
Se montan las claras restantes con la sal y cuando empiece a espumar se va añadiendo el azúcar hasta conseguir una espuma consistente.
Se mezcla un poco de las claras montadas con la primera mezcla hasta conseguir que se unifique totalmente y se vierte esta en el resto de claras montadas.
Se vierte la masa en el molde que queramos usar bien hermetizado con papel de aluminio para que no le entre agua al hornear al baño María y cubiertas las paredes con papel de hornear.
Se hornea así al baño maría durante unos 50 o 60 minutos a 170º.
Se cubre con un poco de glasa de azúcar, yo use glasa real de Royal icing pero se puede hacer con clara de huevo y azúcar glas hasta que se forme una glasa.
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Nos vemos en el próximo reto de:
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